ATANDO CABOS
14. FEBRERO. 2017
«No es más que una mitad de ser humano, que ha sido separada de su todo como se divide una hoja en dos.» El Banquete, Platón.
Cada uno abrió su paquete. Algunos eran redondos como un balón, otros grandes como un coche… pero ninguno se abrió con la tranquilidad como el que abrió Jorge. El suyo era pequeño, tal y como él lo esperaba. “Yo quiero algo que tenga una cuerda” había dicho días antes.
-Jorge, la peonza se trata de tirarlo y hacerla girar. ¿Dónde piensas llegar solo con la cuerda?
Ana se pasó la lengua por los labios, y sonrío. Después de todo, ese sabor a sal siempre le había acompañado. Se le hacía raro pensar que se alejaría del mar, y como homenaje a este, le tiro la cuerda con la que siempre había pescado.
La tripulación no entendió por qué de pronto Jorge había ordenado parar el barco, sobre todo estando tan cerca de tocar puerto. Él mismo se encargó de recoger el hilo.
-¿En serio hemos parado solo para recoger esa cuerda?
-No es una cuerda, es un hilo, y es rojo.
Según cuenta la leyenda oriental, un anciano que vive en la luna sale cada noche para buscar entre las almas aquellas que están predestinadas a unirse en la tierra. Cuando las encuentra, las ata con un hilo rojo para que no se pierdan.
«Un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias. El hilo se puede estirar o contraer, pero nunca romper».